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Sobre luces y relatos viajeros

 

En su poema Combate con la Luz, Carlos Marzal nos dice: «Conviene contemplar la luz con más paciencia/prestarle una atención encandilada». Versos éstos que vienen a mi memoria al revisar las fotografías de Juan Rodríguez, un mosaico de imágenes en blanco y negro donde la luz es el fundamento y el hilo que nos lleva de una imagen a otra siguiendo un mapa imposible, de la Patagonia a Moscú, desde Osaka a las islas griegas sin eludir las tierras de África ni su Galicia natal. Tampoco se olvida de mostrarnos las sensaciones recogidas a través de sus viajes por los Estados Unidos y el sur de América. De los pies de 1982 en París, a la cabeza plateada, también en París, han transcurrido casi veinte años, pero la luz sigue siendo la misma, esa que moldea las sombras a golpe de momentos, los que forman uno a uno la corriente de la vida.

«Dime, Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?» escribía Cendrars en su Prosa del Transiberiano, rememorando su viaje a Rusia a los dieciséis años; Juan Rodríguez también pasó por allí dejándonos una de las más bellas instantáneas que recuerdo sobre una carretera -Rusia 2005-

En sus fotografías de la Patagonia, se advierte toda la sensibilidad literaria que acompaña a las imágenes de Juan y que nos remiten a los sentidos versos de Campo Nuestro, el más telúrico poema de Oliverio Girondo, otro viajero precoz que, como Juan, buscó las luces nuevas para transformarlas definitivamente en la suya. Ambos describen, a su modo, la geográfica localización de la nada, las vívidas luces y las profundas sombras australes.

Mención aparte merece, a mi modo de ver, una imagen fundamental: Vía de la Plata, 2009. Ésta sintetiza toda la filosofía de la obra de Juan Rodríguez, ese All things must pass, álbum y canción primordial en la obra de George Harrison, y que da título a la exposición. «Todas las cosas deben pasar. Todas las cosas deben pasar de largo», canta la letra que nos recuerda lo efímero de nuestra esencia vital. La imagen nos habla, a la vez, del paso del tiempo -de nuestro destino final-, de la magia de la luz -la luz otra vez- y de la metáfora de un viaje inmarcesible concedido por la condición fotográfica de parar el tiempo.

También la figura del ferrocarril -coetáneo de la fotografía en su invención y manantial literario y cinematográfico inagotable- nos transporta, en las imágenes de Juan Rodríguez, desde la saudade atlántica a Tokio estación central. Diálogo de continentes entre dos fotografías; Jacinto, el protagonista de La Ciudad y las Sierras llegó en tren a la estación de Santa Cruz do Douro donde residió Eça de Queiroz, el autor de ésta su novela póstuma. Y la lluvia nos recibe en Tokio Blues. Norwegian Wood, donde Haruki Murakami incluye, en la trama de su relato, la canción de los Beatles, Norwegian Wood, -a la manera de Juan a la hora de titular esta exposición-.

-No podía desear cosa mejor que ser torrero de un faro; ¡y qué faro! ¡El Faro del Fin del Mundo! Exclamaba Vázquez, personaje de Julio Verne, el gran viajero de la imaginación, en su novela homónima.

El Faro del Fin del Mundo estaba en la Isla de los Estados, en el último sur de Argentina, sin embargo bien podría ser el que aparece en la imagen que Juan titula Formentera, 2008. Y otra vez se reúnen la luz, el viaje y la literatura en una misma fotografía.

 

Los viajes de Juan Rodríguez son reales, pero sus fotografías hacen que el espectador pueda viajar a su modo, transportarse, entre las luces y los grises de estas imágenes, a donde su imaginación le lleve mediante el poder evocador de la fotografía. En definitiva, estamos ante la obra de un fotógrafo que utiliza su sensibilidad para transmitirnos la inquietud final de todo artista: la manifestación de su intenso mundo interior.

Sírvanos la introducción de Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, para terminar este breve recorrido a través de la obra de Juan Rodríguez:

 

 

Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino

decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia. Lo dice Littré, que nunca se equivoca. Y, además, que todo el mundo puede hacer igual. Basta con cerrar los ojos.
Está del otro lado de la vida.

 

 

 

 

 

Manuel Sonseca

Noviembre de 2010