Conocí a Juan Rodríguez a partir de la fotografía de un caballo blanco que pastaba aparentemente olvidado en un paisaje de la Patagonia. Me quedé realmente prendado por esta imagen que transmitía, como nunca había apreciado antes, la belleza de un animal tan hermoso. Después vinieron otras fotografías. New York, Estambul y unas construcciones también patagónicas. En todas ellas Juan transmitía, a través de su blanco y negro, una visión muy especial, ciertamente misteriosa y cautivadora. Era el asombro que produce lo solitario. No importaba el objeto de la fotografía, ni su condición animada o no, todo aparecía solitario, incluso la ciudad y su arquitectura. Una soledad que, como ninguna otra condición, puede resultar dramática pero, a su vez, extraordinariamente bella y enigmática. Juan apuraba la transformación de lo animado en inanimado que, en este tránsito, adquiere una dimensión aislada de lo que le rodea. Alguien dijo que hacemos las cosas como somos. Y la verdad es que después de pensarlo creo que Juan es un poco como sus fotografías, solitario, callado, un personaje discreto, sencillo y sobre todo que transmite una cierta profundidad en lo que fotografía. Las fotografías que ya viene haciendo de mis piezas me producen siempre la misma impresión. La de estar ante otro edificio, siempre más solitario y desconocido de lo que yo he imaginado. También más hermoso e independiente, como si Juan, a través de su trabajo, dotara al nuestro de la dignidad requerida para afirmar su autonomía respecto a un creador, el arquitecto, casi siempre más preocupado de sí mismo que de sus resultados. Con sus fotografías afirma esta autonomía de la obra que se impone por encima de nuestras pobres aspiraciones de arquitectos. Toda una lección producida por este personaje que se mueve con sus carpetas, en silencio, sin molestar, pero recorriendo una geografía muy particular cuya única condición es que aparezca exquisita a sus ojos. Gracias Juan por todo lo que enseñas desde ese silencio. Gracias por estas fotografías que nos enseñan un auditorio de Ávila tan especial, más tuyo que mío porque, a la postre, tú lo has sabido ver mejor.
Patxi Mangado