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TEXTO JUAN RODRÍGUEZ

 

Juan Rodríguez es un detective. Se apodera de lo que vemos, de lo que ve a primera vista, y extrae de ello lo que nosotros no vemos. Escudriña, aísla, altera, mueve tonalidades. Despierta otro lado de la realidad, aquel que no descifran ojos menos eficaces, empañados por el hábito, por la rutina.

Todo se revela un poco diferente, sorprende, se convierte en aparición inesperada. Desde un fondo nebuloso y compacto y oscuro, desenfocado a veces, saltan con nitidez desenfrenada cosas, personas, animales: un caballo blanco, una bola no sé de qué, un chorro de luz que atraviesa la puerta entreabierta, lámparas de fuego o surcos deslumbrantes, reflejos lineales de una copa de cristal.

Una imagen negra se confunde con el suelo, y emerge recortada sobre una pared clara. Rayas pintadas sobre el piso de la carretera se aproximan a un punto. ¿En qué lugar?

Un mar sin horizonte, un mar petrificado, un suelo de cuadrados negros y blancos, mesas y sillas abandonadas, rascacielos que desaparecen en el cielo o que en él se recortan, una servilleta blanca bajo la pata corta de una mesa –todo en blanco y negro y ceniza, mil grises. La realidad a un tiempo nítida y desfigurada.

Sensación de color, desasosiego, raramente paz.

Así como los pintores conjuran la representación de la realidad, tal vez por influencia de los fotógrafos o en competencia con ellos, disolviéndola, abstrayéndola, transformándola en una textura que no revela las formas que nosotros vemos, así sucede también en la busca postrera de los fotógrafos. O del fotógrafo Juan Rodríguez.

Ansia, deseo de encontrar la esencia de lo que existe. Por influencia de la pintura –¿también y a la inversa?

 

Álvaro Siza

Porto, 27 de marzo de 2006